Un joyero venía observando ya durante un tiempo, cómo una niña se detenía delante del escaparate de su establecimiento y se quedaba mirando una bonita pulsera de oro. Así pasaron varias semanas hasta que, un día, la niña se decidió a entrar: -¡Hola! -dijo la pequeña. -¡Hola! -contestó educadamente el joyero-. ¿En qué puedo ayudarte? -¿Me puede usted enseñar esa pulsera que hay en el escaparate, la dorada? -Claro que sí -le respondió.